Hoy en día cada vez están más de moda los libros de autoayuda, los grupos y terapias para mejorar la autoestima; más y más personas optan -sin pudor ni tapujos-, por acudir a la televisión para contar temas íntimos y personales a un público que está de vuelta de todo... En definitiva, que la vergüenza está pasada de moda: hay que ser uno mismo, hacerse valer y sentirse a gusto en la propia piel... ¡pase lo que pase!
Por eso, si yo soy una persona sumamente despistada, hasta el punto de meter la pata de mala manera más de una vez por ese motivo... ¡aquí no pasa nada! Estoy en mi pleno derecho de hacer el tonto delante de la gente, ea, que pa eso Dios -y mis padres, que todo hay que decirlo- me hicieron así.
Por eso, quiero contaros una anécdota de tantas que me han pasado; una de esas que hacen la vida un poquito más animada, de las que te hacen pensar si volver a salir a la calle o recluirte en plan ermitaño, ejem.
Resulta o, mejor dicho:
"Érase una vez una niña llamada Tere que había quedado con sus amigas, una hermosa y bucólica tarde de marzo, para tomar un cafelillo en algún sitio de su barrio. Era uno de esos días entre semana, en que TODOS los estudiantes de Sevilla -y parte del extranjero-, vecinos, familiares de vecinos, porteros de los bloques de pisos, barrenderos y seres humanos varios, habían decidido estar presentes en mi calle en aquellos momentos trascendentales [voy a hablar en primera persona para que lo viváis más intensamente.. ahí, personalizando el relato, sin anestesia ni ná].
Pues resulta que yo, inocente y feliz como pocas, estaba en las nubes, deseando ver a mis amigas, con las que hacía tiempo que no quedaba. Todo era perfecto: los rayos del sol iluminaban la bucólica la escena, el universo entero estaba confabulado para que tuviésemos uno de esos reencuentros que ya quisieran los guionistas de La Casa de la Pradera: un primor, vaya! (os lo juro de verdad, eh?)
Cuando llegó la hora acordada, bajé a mi portal para esperar a que mis amigas me recogiesen; pero claro, no podía quedarme quieta... la emoción era tanta, los nervios me impulsaban a salir a su encuentro, los tres cafés que llevaba en el cuerpo metieron directamente tercera,... y yo salí impulsada de repente, como si una mano invisible me hubiera pegado un pellizco... ¡p´alante, p´alante, como los galgos! Era, lo que se dice, "uno de mis prontos".... y allá que me fui, a ver si las encontraba de camino.
Mientras caminaba, espalda erguida, cabeza recta, mirada al frente, ojos desorbitados... vi dos figuras que venían hacia mí unos metros más allá. Eran dos chicas que, yo juraría, se parecían MUCHO a mis amigas -también es cierto que, apenas un mes después, decidí ir al oculista para graduarme nuevamente las lentillas, todo sea dicho-.
Pero se parecían, eh?.. en el blanco de los ojos, vaya! jaja.. Entonces, la secuencia más o menos fue ésta (disculpad si omito algún detalle, pero tengo cierta amnesia de aquel momento, provocada por la experiencia traumática que viví):
- Veo a mis "supuestas" amigas (si es que soy tan sociable).
- Me llevo la mano a la boca, en plan peliculero "no me lo puedo creer, o sea, o sea".
- A continuación, lanzo un gritito primitivo, casi inhumano, tipo "ayyyy, carmucaaaa, que me desmayo de la emoción"
- Salgo trotando cual potro desbocado, con los brazos extendidos y la mirada perdida en el infinito (una mezcla de zombi, animal rabioso, loco fugado del psiquiátrico y apisonadora... todo en uno)
- Os recuerdo que la calle estaba A REVENTAR de estudiantes, así que, en plena carrera cual gacela campestre, se me cruzó un chico con una de esas carpetas de arquitectura, maxi-gigantes, que abiertas casi sirven como tienda de campaña. Pero yo, chica avispada y de rápidos reflejos, logré hacer una finta (de las que aprendí en baloncesto) y esquivarlo apenas un segundo antes de chocar.
En ese momento toda la gente (sentada y de pie) que había en los bares se volvió para mirar hacia dónde se encaminaba esa intrépida deportista, atlética y... colgada de la vida.
Pero yo, fiel a mi objetivo, seguí correteando, con los brazos extendidos, y una sonrisa de oreja a oreja pegada con chinchetas... para llegar hasta mis amigas.
Mis amigas.... ¿mis amigas?.... ¡¡!!!.... SÍ.... así es el cruel destino: JODIDO. En una fracción de segundo, más cerca ya de mis "víctimas", me percaté del sutil detalle: NO ERAN ELLAS!!
¿Qué hacer? Si me detenía así, de golpe, digamos que iba a quedar un poco raro, y además defraudaría a la gente que, parada, en la calle, seguía mi trayectoria, muda de asombro, conteniendo la respiración. Ni una mosca se oía... La otra opción: seguir corriendo, sin rumbo ya...
- Debo decir que las chicas en cuestión, mis "supuestas amigas", veían con cara desencajada cómo me iba acercando... lo que se dice "acojonadas", vamos... viendo, a cámara lenta, cómo la muerte se cernía sobre ellas, sin opción a escapar, bajo la forma de una avalancha humana, de una chica desquiciada con sonrisa sádica clavada con chinchetas, mirada perdida, garras alargadas hacia ellas...
En el último momento, antes de chocar con ellas, decidí tomar la segunda alternativa y seguir corriendo. Así que hice una nueva finta de baloncesto y logré esquivarlas en el último segundo. Como me cuesta un poco coordinar, en circunstancias tan aceleradas, pies y manos a la vez, debo decir que, cuando moví el cuerpo hacia el lado para evitarlas, como los brazos seguían estirados, por poco no derribo a una de ellas de con gancho de derecha... pero, al final, no la rocé por un par de centímetros (todo calculado).
La afición, sorprendida por ese cambio de rumbo en el último momento, siguió con la mirada mi cuerpo galopante, pasando bares, esquivando mesas, rodeando a personas...
Pero... ¿cuándo parar? Mis verdaderas amigas seguían sin aparecer, y yo no estaba, lo que se dice, motivada para seguir emulando a Forrest Gump así, por las buenas, sin zapatillas de deporte ni barba ni gorra roja (cuando se hace una cosa, hay que hacerla bien...). Además, mi madre nunca me dijo lo de que "tonto es el que hace tonterías"... ella era mucho más directa conmigo; me decía las cosas sin tapujos, vaya! jajaja... (es bromitaaaa)
Decidí llegar, corriendo, hasta el portal de mi amiga, al final de la calle... y así lo hice... corrí, y corrí (vaya, que estaba a menos de 100 metros) y, cuando llegué, me paré.. Llamé al telefonillo, y me quedé así, de cara a la pared, sin atreverme a mirar atrás... no por vergüenza, ¡no por Dios!, ¡la vergüenza está pasada de moda! Sino para que no me reconociesen los fans Olímpicos que había dejado atrás.. ya sabéis, yo discreta donde las haya.
Y ahí esperé: 2, 3, 4, 5... perdí la cuenta de cuántos minutos tuve que quedarme en el portal, expuesta a miradas, a comentarios sutiles, a risitas que bien podían no ir conmigo... ¿o sí? En esos minutos me dio tiempo a llegar a varias conclusiones:
1) Que mis amigas y yo iríamos a tomar café a algún sitio LEJOS de mi calle.
2) Que al color de mis mejillas le da igual que no se lleve lo de pasar vergüenza... yo, roja cual tomate.
3) Que, en definitiva, ¡lo mío es puro teatro!
2 comentarios:
aishhh teree, si es que contigo quien no saca una de sus mejores sonrisas, mejor dicho carcajadass, me encanta tu forma de ver la vidaaa y admiro ese humor con el que relatas cada experiencia...me encanta tu blog!!!!
aisssssshhh, arsa, arsa arriquitaun!! jaja... pues si os reís ahora, al leerlo, tendríais que haber visto mi careto en aquel momento, jeje..
Muchas gracias por el comentario. En vez de ponerme tan trascendental a veces, intentaré introducir más anécdotas graciosillas, de ésas surrealistas, que sólo me pasan a mí.
Besitossss
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