Hoy la mañana estaba perezosa, y se ha levantado con una hora de retraso dibujada en la esfera del reloj. Es curioso percibir como, poco a poco, todo va oliendo a Noviembre. No cambia la sensación de un día para otro, según si el calendario indica que es 31 o 1 del mes siguiente, pero sí, pincelada a pincelada, día a día, parece que el lienzo se va completando con nuevas tonalidades, que las hojas de los árboles -demasiado verdes aún, para el mes en que estamos- se van tornando de un sutil amarillento, y que los primeros vendedores de castañas empiezan a impregnar con su sello y su aroma las -a veces silenciosas, casi siempre concurridas- calles de Sevilla.
Incluso mi humor -he de decirlo- está comenzando a Noviembrear: a anhelar el calorcito de los guantes de invierno; a desear pasar las tardes lluviosas en casa, con una taza de café caliente entre las manos; a "nostalgizarse" de todo lo "nostalgizable". Creo que yo también me vuelvo caduca en esta época, como las hojas de los árboles que flanquean la avenida en que vivo; no porque muera un poco en esta época –que también-, sino porque me siento más frágil, más vulnerable, más a merced de vientos fríos –externos o internos- que puedan hacerme caer... de mi estrella.
Creo que, en esta época, me vuelvo más “Principitesca” que en otras ocasiones, pues me resultan más agradables las puestas de sol; miro más a las estrellas –buscando, no sé a quién-, y me siento como la rosa cuando le pide a su amigo que la cubra con un biombo.
Son rachas, sin embargo, y sé que pronto prescindiré de esa mampara. “El aire fresco de la noche me hará bien (...) y es preciso que soporte dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas; si no, ¿quién habrá de visitarme?.
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