miércoles, 31 de octubre de 2007

Recuerdo


Mi amiga querida así lo dijimos,

las dos lo sentimos y así nos vivimos.

En tanta distancia siento tu presencia

que aviva mi fuego y me invita a danzar.

La vida que dejas en mi corazón

es pan compartido y es comunión.

Tengo la certeza que Dios nos miró,

sembró nuestro encuentro y habló al corazón.

Mi amiga querida hoy soy expresión;

soy música abierta; soy danza y canción.

Me impulsas a ser vida y corazón.

¡Me haces tanto bien! Contigo soy yo.

Mi amiga querida así lo dijimos,

las dos lo sentimos y así nos vivimos.

En tanta distancia siento tu presencia

que aviva mi fuego y me invita a danzar.
[** la letra procede de la canción Mi amiga querida, de Cecilia.. lo siento, no tengo más datos].

martes, 30 de octubre de 2007

Donde el corazón me lleve


Esta mañana, los tempranos rayos de sol tendían un puente de esperanza entre España y Argelia. He ido con una amiga para ofrecernos a colaborar en una experiencia de voluntariado, durante la primera semana de Diciembre, en el campo de refugiados saharauis de Tindouff.

No pretendo salvar la vida a nadie, ni tampoco enriquecerme personalmente por lo que de bueno tiene esta experiencia...

Sólo quiero ir para "estar"; para callar con ellos; para respirar el aire que respiran; para sentir en mi piel y en mi dolor la conflictiva situación en que viven; para arriesgarme a sentirme vulnerable e impotente ante unas vidas que podrían no ser tan distintas a la mía...

Quiero ir para mirarles a los ojos, porque sólo cuando conozca a estas personas, cuando vea sus rostros y sepa sus nombres, será cuando me implique con ellos, dejando que su situación me toque por dentro, y que ésta me lleve a experimentar su historia y su realidad como algo mío.

¡Dejadme verles!, ¡dejadme acompañarles!, ¡dejadme ser una más entre ésos, mis hermanos!

lunes, 29 de octubre de 2007

Risas en el aire




"Risas en el aire

gozo hecho canción

música de encuentro

danza de dos cuerpos

al ritmo de un abrazo

dos vidas multiplicadas

por el Amor"


Noviembre

Hoy la mañana estaba perezosa, y se ha levantado con una hora de retraso dibujada en la esfera del reloj. Es curioso percibir como, poco a poco, todo va oliendo a Noviembre. No cambia la sensación de un día para otro, según si el calendario indica que es 31 o 1 del mes siguiente, pero sí, pincelada a pincelada, día a día, parece que el lienzo se va completando con nuevas tonalidades, que las hojas de los árboles -demasiado verdes aún, para el mes en que estamos- se van tornando de un sutil amarillento, y que los primeros vendedores de castañas empiezan a impregnar con su sello y su aroma las -a veces silenciosas, casi siempre concurridas- calles de Sevilla.

Incluso mi humor -he de decirlo- está comenzando a Noviembrear: a anhelar el calorcito de los guantes de invierno; a desear pasar las tardes lluviosas en casa, con una taza de café caliente entre las manos; a "nostalgizarse" de todo lo "nostalgizable". Creo que yo también me vuelvo caduca en esta época, como las hojas de los árboles que flanquean la avenida en que vivo; no porque muera un poco en esta época –que también-, sino porque me siento más frágil, más vulnerable, más a merced de vientos fríos –externos o internos- que puedan hacerme caer... de mi estrella.

Creo que, en esta época, me vuelvo más “Principitesca” que en otras ocasiones, pues me resultan más agradables las puestas de sol; miro más a las estrellas –buscando, no sé a quién-, y me siento como la rosa cuando le pide a su amigo que la cubra con un biombo.

Son rachas, sin embargo, y sé que pronto prescindiré de esa mampara. “El aire fresco de la noche me hará bien (...) y es preciso que soporte dos o tres orugas si quiero conocer a las mariposas; si no, ¿quién habrá de visitarme?.

sábado, 27 de octubre de 2007

¿Qué nos queda a los jóvenes?

¿Qué les queda por probar a los jóvenes

en este mundo de paciencia y asco?

¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?

también les queda no decir amén

no dejar que les maten el amor

recuperar el habla y la utopía

ser jóvenes sin prisa y con memoria

situarse en una historia que es la suya

no convertirse en viejos prematuros.

¿Qué les queda por probar a los jóvenes

en este mundo de rutina y ruina?

¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?

les queda respirar / abrir los ojos

descubrir las raíces del horror

inventar paz así sea a ponchazos

entenderse con la naturaleza

y con la lluvia y los relámpagos

y con el sentimiento y con la muerte

esa loca de atar y desatar.

¿Qué les queda por probar a los jóvenes

en este mundo de consumo y humo?

¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?

también les queda discutir con dios

tanto si existe como si no existe

tender manos que ayudan / abrir puertas

entre el corazón propio y el ajeno /

sobre todo les queda hacer futuro

a pesar de los ruines de pasado

y los sabios granujas del presente.

[BENEDETTI, Mario. Antología poética. Alianza Editorial. Madrid, 2004.]

**Y, a vosotros, ¿qué os queda?, ¿qué os quema?, ¿qué os salva?, ¿qué os lanza?. Y, de todo eso, ¿qué quedará?

viernes, 26 de octubre de 2007

Sound of Music

Anoche asistí a un concierto de música clásica, en el que interpretaron Cuadro de una exposición (Modest Mussorgski / Maurice Ravel). Es una obra muy original, dado que constantemente se repite una musiquilla, que representa cómo el hombre va paseando por el museo. A cada "paseo" le sigue un silencio, que da pie al comienzo de un fragmento con distinto ritmo, y que evoca el contenido del cuadro que el hombre se ha detenido a contemplar. Estos fragmentos –cada cuadro- son creaciones muy evocadoras, con mucha vida, y cuya música casi dibuja, a través de las notas y silencios, las pinceladas que componen la supuesta obra pictórica. Además, resulta espectacular ver a toda la orquesta desplegada tocando, tanto por la fuerza que tiene la obra en sí, como por algunos instrumentos que se utilizan, y que son poco usuales.

Asimismo, la orquesta también interpretó dos piezas de Edvard Grieg: dos movimientos de su Concierto para piano, en La menor (Op. 16) , y cuatro movimientos de la obra Peer Gynt, Suite n1 (Op. 46).

Con estas dos últimas no pude evitar que se me saltaran las lágrimas, pues se trata de una música delicada, íntima y conmovedora. Además, Peer Gynt me trae muchos recuerdos, que tengo grabados muy dentro.

Os voy a contar, brevemente, la trama de Peer Gynt, una leyenda noruega en que se basa el poema dramático de Henrik Ibsen, y al que puso música el compositor E. Grieg.

Peer Gynt, un joven campesino, tras una fallida cacería, acude a la boda de Ingrid para impedir el enlace, dado que está enamorado de ella.

En la fiesta ve a Solveig y la saca a bailar.

Ambos se enamoran perdidamente pero, dado el carácter de Peer Gynt, recuerda que había ido para impedir el enlace nupcial, por lo que abandona a Solveig y rapta a la recién casada Ingrid, abandonándola poco después en la montaña.

En la montaña seduce a la hija del Rey de la Montaña, que desea casarse con él. Esto propicia un encuentro peligroso con los duendes y el Rey de la Montaña, del cual se libra por los pelos tras oír el tañer de unas campana.

Dicha campana anuncia la muerte de su madre, Asse.

Al ir a la despedida de su madre se entera, por Solveig, que le está buscando todo el pueblo por el secuestro de Ingrid, así que decide huir. Sin embargo antes de huir le promete a Solveig que volverá a buscarla cuando sea rico. Y ella promete esperarle eternamente.

Peer Gynt se dedica, entonces, a recorrer el mundo protagonizando múltiples aventuras. Viajando por el desierto del norte de África se hace rico y conoce a la bella Anitra, que baila para él, y de la cual se enamora.

Debido a su carácter pusilánime, Peer Gynt pierde toda su fortuna cuando se la entrega tontamente a la bella Anitra.

Tras muchas aventuras, anciano y pobre, Peer Gynt regresa a su pueblo buscando a Solveig que, como prometió, le ha estado esperando.

Y ambos son felices hasta el fin de sus días.

[http://es.wikipedia.org/wiki/Peer_Gynt]

miércoles, 24 de octubre de 2007

¡Te doy un toque!

En esta nueva era tecnológica que estamos viviendo, aun sorprende la cantidad de recursos que tenemos a nuestro alcance para poder comunicarnos en cualquier circunstancia, ahorrando tanto tiempo como esfuerzos innecesarios.

Actualmente, podemos "dialogar" con nuestro coche, mientras conducimos, si encendemos el GPS, o utilizamos la opción de "voz" en los mandos de control del vehículo.

También es posible ver lo que hacen otras personas en su tiempo libre, si nos dedicamos a buscar videos en el youtube (y, creedme, la gente tiene hobbies para todos los gustos!).

Pero, sin duda, uno de los elementos clave en este desarrollo ha sido el móvil.

Lo que más me llama la atención, entre todos los usos que ofrece uno de estos aparatitos, es la posibilidad de dar "toques" o hacer llamadas perdidas. Es increíble cómo un sonido tan breve, o la mera aparición en pantalla de un nombre, sin más, puede convertirse en un modo de expresión tan polisémico, e implicar tantos significados como intenciones tenga el usuario:

Un toque al móvil de una persona puede significar un mero saludo ("hola, me acuerdo de que existes"), pero también una llamada de atención para que sepa que nos hemos acordado del individuo en cuestión.

También sirve para recordar a alguien una cita, un encargo, una hora...

Con el toque se puede dar a entender que se está llegando al lugar en el que se espera al otro, tanto si vamos en hora, como si nos retrasamos un poco. Igualmente, puede venir a significar “eh, ya he llegado a tu casa, baja a la calle”.

Se puede jugar y tontear con alguien, dándole reiterados toques en un breve espacio de tiempo, y esperando que el otro haga lo propio; pero también pueden significar que se está metiendo prisa a alguien, por algún asunto que urge tratar.

Un toque puede suplir las "buenas noches" con alguien, o "los buenos días"... o, incluso, el dar las gracias.

Con un toque se felicita el cumpleaños, el santo, la Navidad, el Fin de Año o algún logro conseguido.

Igualmente, puede usarse como un "corto y cierro", cuando alguien nos ha mandado un mensaje y queremos decirle que lo hemos leído, pero sin tener que escribir nada de vuelta.

Otro recurso es dar toques a todas las personas que tenemos en la lista de contactos, cuando uno está muy aburrido o se siente solo... a fin de recibir luego algunos "toques de vuelta", y sentir que el mundo te tiene presente, de algún modo [lo sé, este tipo de uso es un poco patético... pero todos tenemos días mimosos en que nos gusta que nos dediquen algo de atención, no?].

También se da el caso de que alguien te dé su número de telefono, lo apuntes en tu agenda, y des un toque para que el otro pueda grabar el tuyo, sin necesidad de dictarlo.

Hay toques que provocan sonrisas, nostalgia, alegría, decepción, hastío o exasperación; hay "alertas" que ayudan a la memoria, que meten prisas, que enfadan, sorprenden o cuestionan a quien las recibe.

Y, por supuesto, hay casos y casos.... Hace un mes, yo estaba pendiente de que saliese la nota de mi último examen de la carrera. Había pasado horas esperando en el pasillo correspondiente de la facultad, por si veía aparecer finalmente al profesor con "la sentencia de vida o muerte".

Decidí ir a comer a casa y volver al final de la tarde. Pues, estando en el hogar dulce hogar, haciendo tiempo para volver a la Universidad... una amiga de mi clase tuvo la feliz idea de ¡¡darme un toque!!.....glupssssssss..... ¿qué quería decir aquello?, ¿que habían salido las notas ya?, ¿que había aprobado y me felicitaba?, ¿que había visto mi nota pero no se atrevía a mandarme un mensaje o llamarme... para consolarme del fracaso?, ¿era el toque un correspondiente a "te acompaño en el sentimiento"?.........

Evidentemente, salí corriendo de casa y llegué a la facultad en apenas 15 minutos. Fui al pasillo.... y ¡¡nada!!, las notas no estaban: sencillamente, se había acordado de mí, y punto.... La confusión casi me cuesta un infarto...

Así pues, usar el teléfono o dar toques puede suponer, sin duda, una gran economía del lenguaje en el acto comunicativo pero, por contra, puede dar lugar a ambigüedades y malentendidos. Además, puede acabar por deshumanizarnos, dado que el recurso del “toque” evita el contacto directo con la persona, la presencia física, el cara a cara; y suple el calor, la capacidad evocadora y el abanico colorido de matices de la voz humana.

Os cuento todo esto a raíz de una escena que he presenciado en la calle esta mañana.

Mientras yo caminaba, me crucé con dos chicos que hablaban en la acera. Uno de ellos le dijo:

- “weno, tío, entonseh me traeh mañana loh japunteh. (M)ira, yo te llamo esta tarde pa que no se t´orvide”.

- “illo, no hase farta que me llameh –respondió el otro chico- me dah un toque ar movi y ya´stá".

- “que no, joé, –replicó seriamente su compañero- que te llamo, que a mí me gusta la calidé humana de desí «illo, ¿qué tá, cómo estáh? Tráeme loh japunteh»”

Por desgracia, tuve que marcharme y no acerté a escuchar nada más de lo que decían. Ahora, eso sí, con apenas esas palabras pude darme cuenta, sin lugar a dudas, de que me había topado con un verdadero humanista, un alma antropocéntrica... una de las pocas personas que, en esta sociedad digitalizada, sigue apostando por el trato personal, de tú a tú. ¡Chapó "quillo"!

martes, 23 de octubre de 2007

Hansel y Gretel mueren juntos

¿Quién lo haya leído no recuerda el soneto de Quevedo? “Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra”, empieza; y termina “serán ceniza, mas tendrá sentido; / polvo serán, mas polvo enamorado”.

Es uno de los más hermosos poemas de amor escritos en nuestra lengua, y expresa un sentimiento extendido, una experiencia común a tantos enamorados, jóvenes o ancianos, desiguales o parejos, que se niegan a admitir que un impulso tan poderoso como el suyo acabe corriendo la misma suerte que sus despojos mortales.

Hace unas semanas nos sorprendió la noticia del suicidio del filósofo y escritor francés André Gorz y su mujer, Dorine, en las puertas del otoño, que es el tiempo de la suprema melancolía. Las galerías de internet abundan en noticias sobre Gorz, pero apenas se dice nada de Dorine, cuya enfermedad terminal sin duda está en el origen de esa decisión.

La suya es una pequeña novela sutilmente trabada.

Gorz era judío. Su padre lo era también, pero no su madre, católica y antisemita. Había nacido en Viena, en 1923, y su madre, para librarlo de los nazis, lo envió a Suiza a estudiar una ingeniería. Al terminar la guerra, repudió su lengua y su país y se fue a París, donde colaboró con Sartre hasta que éste, en los sesenta, se demenció con el maoísmo. Para entonces era ya un prestigioso escritor cercano a los presupuestos antieconomicistas y antiautoritarios y ecologistas de Marcuse, de quien fue igualmente amigo. ¿Y Dorine?

Sabemos lo que Gorz escribió de ella. Hacía sólo un año que había publicado una Carta a D. Historia de amor: “Acabas de cumplir 82 años. Sigues siendo tan bella, graciosa y deseable como cuando te conocí. Hace cincuenta y ocho años que vivimos juntos; y te amo más que nunca. Tu vida desbordante me hace feliz, abrazando tu cuerpo contra el mío”.

Le Nouvel Observateur, que él había fundado con Jean Daniel, informó de que habían dejado varias cartas de despedida a sus amigos y que sus cuerpos aparecieron en la cama, uno al lado del otro. Una nota en la puerta de su casa en la campiña troyana de Vosnon advertía que se llamara a la gendarmería.

La noticia corrió por todas las agencias y redacciones, y un titular equívoco empezó a difundirse: “El filósofo A.G. se ha suicidado por amor”.

¿Puede alguien suicidarse por amor?, ¿No es eso una contradicción?

El enamorado puede llegar a decir: “Me quiero morir”, pero necesita la vida para poder repetirlo una y mil veces. Como tantos ancianos que han compartido una larga vida de enamorados, decidieron adentrarse juntos en el bosque (Juan Ramón se lo propuso muchas veces a Zenobia).

¿Qué sabe nadie lo que sienten dos personas que llevan enamoradas tanto tiempo, la lucecita que pueden ver a lo lejos, en medio de la noche? Si el trágico amor de dos jóvenes, el de Romeo y Julieta, por ejemplo, nos llena de desasosiego y tristeza, el de dos viejos amantes se diría que nos causa admiración y respeto, pues no vemos en ese final una tragedia, sino todo lo contrario, el principio de algo que querrían acometer cogidos de la mano, algo a lo que ellos seguramente han dado ya un nombre: eternidad o nada, o, como tituló Quevedo su poema: Amor constante más allá de la muerte.


[TRAPIELLO, Andrés. Hansel y Gretel mueren juntos. Revista Magazine. 21 de octubre de 2007]


Un artículo que me ha conmovido hasta las lágrimas, y que quería compartir con vosotros. A pesar de las dificultades, a pesar de los problemas, aunque el destino se encargue de separar a las personas que se aman, el amor siempre busca el modo de superar todas las barreras. Porque el Amor, el verdadero amor, no acaba nunca.

lunes, 22 de octubre de 2007

Puro teatro

Hoy en día cada vez están más de moda los libros de autoayuda, los grupos y terapias para mejorar la autoestima; más y más personas optan -sin pudor ni tapujos-, por acudir a la televisión para contar temas íntimos y personales a un público que está de vuelta de todo... En definitiva, que la vergüenza está pasada de moda: hay que ser uno mismo, hacerse valer y sentirse a gusto en la propia piel... ¡pase lo que pase!

Por eso, si yo soy una persona sumamente despistada, hasta el punto de meter la pata de mala manera más de una vez por ese motivo... ¡aquí no pasa nada! Estoy en mi pleno derecho de hacer el tonto delante de la gente, ea, que pa eso Dios -y mis padres, que todo hay que decirlo- me hicieron así.

Por eso, quiero contaros una anécdota de tantas que me han pasado; una de esas que hacen la vida un poquito más animada, de las que te hacen pensar si volver a salir a la calle o recluirte en plan ermitaño, ejem.

Resulta o, mejor dicho:

"Érase una vez una niña llamada Tere que había quedado con sus amigas, una hermosa y bucólica tarde de marzo, para tomar un cafelillo en algún sitio de su barrio. Era uno de esos días entre semana, en que TODOS los estudiantes de Sevilla -y parte del extranjero-, vecinos, familiares de vecinos, porteros de los bloques de pisos, barrenderos y seres humanos varios, habían decidido estar presentes en mi calle en aquellos momentos trascendentales [voy a hablar en primera persona para que lo viváis más intensamente.. ahí, personalizando el relato, sin anestesia ni ná].

Pues resulta que yo, inocente y feliz como pocas, estaba en las nubes, deseando ver a mis amigas, con las que hacía tiempo que no quedaba. Todo era perfecto: los rayos del sol iluminaban la bucólica la escena, el universo entero estaba confabulado para que tuviésemos uno de esos reencuentros que ya quisieran los guionistas de La Casa de la Pradera: un primor, vaya! (os lo juro de verdad, eh?)

Cuando llegó la hora acordada, bajé a mi portal para esperar a que mis amigas me recogiesen; pero claro, no podía quedarme quieta... la emoción era tanta, los nervios me impulsaban a salir a su encuentro, los tres cafés que llevaba en el cuerpo metieron directamente tercera,... y yo salí impulsada de repente, como si una mano invisible me hubiera pegado un pellizco... ¡p´alante, p´alante, como los galgos! Era, lo que se dice, "uno de mis prontos".... y allá que me fui, a ver si las encontraba de camino.

Mientras caminaba, espalda erguida, cabeza recta, mirada al frente, ojos desorbitados... vi dos figuras que venían hacia mí unos metros más allá. Eran dos chicas que, yo juraría, se parecían MUCHO a mis amigas -también es cierto que, apenas un mes después, decidí ir al oculista para graduarme nuevamente las lentillas, todo sea dicho-.

Pero se parecían, eh?.. en el blanco de los ojos, vaya! jaja.. Entonces, la secuencia más o menos fue ésta (disculpad si omito algún detalle, pero tengo cierta amnesia de aquel momento, provocada por la experiencia traumática que viví):

  1. Veo a mis "supuestas" amigas (si es que soy tan sociable).
  2. Me llevo la mano a la boca, en plan peliculero "no me lo puedo creer, o sea, o sea".
  3. A continuación, lanzo un gritito primitivo, casi inhumano, tipo "ayyyy, carmucaaaa, que me desmayo de la emoción"
  4. Salgo trotando cual potro desbocado, con los brazos extendidos y la mirada perdida en el infinito (una mezcla de zombi, animal rabioso, loco fugado del psiquiátrico y apisonadora... todo en uno)
  5. Os recuerdo que la calle estaba A REVENTAR de estudiantes, así que, en plena carrera cual gacela campestre, se me cruzó un chico con una de esas carpetas de arquitectura, maxi-gigantes, que abiertas casi sirven como tienda de campaña. Pero yo, chica avispada y de rápidos reflejos, logré hacer una finta (de las que aprendí en baloncesto) y esquivarlo apenas un segundo antes de chocar.
  6. En ese momento toda la gente (sentada y de pie) que había en los bares se volvió para mirar hacia dónde se encaminaba esa intrépida deportista, atlética y... colgada de la vida.
  7. Pero yo, fiel a mi objetivo, seguí correteando, con los brazos extendidos, y una sonrisa de oreja a oreja pegada con chinchetas... para llegar hasta mis amigas.
  8. Mis amigas.... ¿mis amigas?.... ¡¡!!!.... SÍ.... así es el cruel destino: JODIDO. En una fracción de segundo, más cerca ya de mis "víctimas", me percaté del sutil detalle: NO ERAN ELLAS!!
  9. ¿Qué hacer? Si me detenía así, de golpe, digamos que iba a quedar un poco raro, y además defraudaría a la gente que, parada, en la calle, seguía mi trayectoria, muda de asombro, conteniendo la respiración. Ni una mosca se oía... La otra opción: seguir corriendo, sin rumbo ya...
  10. Debo decir que las chicas en cuestión, mis "supuestas amigas", veían con cara desencajada cómo me iba acercando... lo que se dice "acojonadas", vamos... viendo, a cámara lenta, cómo la muerte se cernía sobre ellas, sin opción a escapar, bajo la forma de una avalancha humana, de una chica desquiciada con sonrisa sádica clavada con chinchetas, mirada perdida, garras alargadas hacia ellas...
  11. En el último momento, antes de chocar con ellas, decidí tomar la segunda alternativa y seguir corriendo. Así que hice una nueva finta de baloncesto y logré esquivarlas en el último segundo. Como me cuesta un poco coordinar, en circunstancias tan aceleradas, pies y manos a la vez, debo decir que, cuando moví el cuerpo hacia el lado para evitarlas, como los brazos seguían estirados, por poco no derribo a una de ellas de con gancho de derecha... pero, al final, no la rocé por un par de centímetros (todo calculado).
  12. La afición, sorprendida por ese cambio de rumbo en el último momento, siguió con la mirada mi cuerpo galopante, pasando bares, esquivando mesas, rodeando a personas...

Pero... ¿cuándo parar? Mis verdaderas amigas seguían sin aparecer, y yo no estaba, lo que se dice, motivada para seguir emulando a Forrest Gump así, por las buenas, sin zapatillas de deporte ni barba ni gorra roja (cuando se hace una cosa, hay que hacerla bien...). Además, mi madre nunca me dijo lo de que "tonto es el que hace tonterías"... ella era mucho más directa conmigo; me decía las cosas sin tapujos, vaya! jajaja... (es bromitaaaa)

Decidí llegar, corriendo, hasta el portal de mi amiga, al final de la calle... y así lo hice... corrí, y corrí (vaya, que estaba a menos de 100 metros) y, cuando llegué, me paré.. Llamé al telefonillo, y me quedé así, de cara a la pared, sin atreverme a mirar atrás... no por vergüenza, ¡no por Dios!, ¡la vergüenza está pasada de moda! Sino para que no me reconociesen los fans Olímpicos que había dejado atrás.. ya sabéis, yo discreta donde las haya.

Y ahí esperé: 2, 3, 4, 5... perdí la cuenta de cuántos minutos tuve que quedarme en el portal, expuesta a miradas, a comentarios sutiles, a risitas que bien podían no ir conmigo... ¿o sí? En esos minutos me dio tiempo a llegar a varias conclusiones:

1) Que mis amigas y yo iríamos a tomar café a algún sitio LEJOS de mi calle.

2) Que al color de mis mejillas le da igual que no se lleve lo de pasar vergüenza... yo, roja cual tomate.

3) Que, en definitiva, ¡lo mío es puro teatro!

domingo, 21 de octubre de 2007

La soledad destiñe

Hay días en que la soledad se me cuela en casa, sutil y de puntillas, como una niña que teme ser descubierta en su travesura, y amenaza con instalárseme en el corazón, aun sabiendo que no lo he puesto en alquiler.

La soledad no es, por jugar con la palabra, una "edad de sol". No. La soledad es la vecina indiscreta que se presenta a robarte tiempo en la peor hora posible. Pero su táctica no es la de "los dos tomates que me faltan" o "la pizquita de sal que no tengo", sino que llama a tu puerta y parece que su timbre apagase, de momento, todos los sonidos del mundo.

Cuando ella llega los pájaros se acurrucan en sus nidos, las cascadas detienen su cortina de agua, los volcanes contienen dentro el humo como el fumador que saborea la última calada... Cuando la soledad aparece, hasta los primeros rebrotes de las plantas se detienen en su anhelante ascensión hacia la luz solar.

La soledad no habla... su silencio es tan vacío y gélido que envuelve a la persona hasta hacerla creer que siempre fue sorda; que no hay palabra, ni susurro, grito, canto o voz que puedan traspasar su muralla insonorizada. Es un silencio molesto... es el silencio incómodo ante una persona desconocida; el silencioso cambio de número en la pantalla del ascensor, cuando se va acompañado; el espacio de tiempo demasiado largo entre dos notas de música.

Da la impresión de que esa silenciosa carencia doliente se convierte en su mayor arma, su carta de presentación, la sonrisa de póquer que precede al instante de desenfundar el revólver... quizá para quitar a la soledad de en medio... quizá para (des)quitarse uno mismo. De hecho, pensando en ese tipo de duelos, aún no conozco ningún caso en que la soledad fuese encontrada muerta por un disparo de arma blanca; sin embargo, sí se ha hablado de almas negras, rotas antes ya de que una bala abriese su, hasta entonces, contracto corazón. La soledad, pues, suena a "nada", y malo sería que tuviese un toniquete ya familiar, o que recordase a algo.

Pero lo más curioso -lo verdaderamente curioso- es que la soledad destiñe.

A su paso, la soledad decolora las sonrosadas mejillas; difumina el brillo de unos ojos, antes jóvenes y quizá enamorados; también los labios empiezan a confundirse con el color del rostro, haciéndose cada vez más pequeños, más finos... incapaces, incluso, de separarse para dejar que las palabras broten suavemente desde el prominente precipicio del labio inferior a los oídos de algún otro ser humano.

Y destiñe las manos. En esa situación, uno se las mira y remira, las retuerce -ya que no puede estrechar otras ajenas-, las esconde en los bolsillos; cierra los puños, como tratando de asir la nada que este estado emocional trae consigo.

Y también el corazón pierde su brillo; y los pulmones -si uno toma la manía de fumar un cigarro por cada ausencia de la que es consciente... cada día, cada hora, cada minuto...

Destiñe los cabellos hasta volverlos canos, quizá para que armonicen con el color cenizo de la lámpara que hay sobre la mesita -¿quién no tiene una lámpara sobre una mesita, junto a la cual poder sentarse a leer, cuando no hay compañía posible para mantener, durante un rato, algun tipo de tertulia o charla relajada?-.

Sí, como vemos, incluso el pelo se destiñe para tomar, cual camaleónica Medusa, el color de la tenue luz de nuestra mesita, en vez de armonizar con el tono vigoroso y oscuro que nos brindarían las noches de lujuria y los paseos románticos, sin más referencias luminosas que el azabache manto extendido de Selena.

La soledad destiñe al ser humano, como el invierno viola y desflora a la Madre naturaleza.

Pero ni el invierno dura cien años, ni la soledad tiene permiso de residencia fija en nuestra vida -ni gusto para redecorarnos el alma, ¡qué narices!-

A veces el invierno puede llegar en una época previsible, y otras cuando menos se le espera -típico ejemplo de las estaciones del año según el lugar del mundo en que nos hallemos... según la perspectiva desde la que nos situemos ante las circunstancias-.

Como diría Nietzsche, todo es un eterno retorno. Así, la soledad se va tal y como viene; los largos y anodinos silencios musicales alternarán con corcheas, fusas y blancas que danzarán en el pentagrama. El color volverá a los labios como el amor llenará las pupilas de deseos encendidos, impulsando a las manos a salir de los bolsillos para abrazar a la persona amada. Sí, también el amor viene y va como un viento caprichoso, cíclico tal vez -a veces una historia se reinicia muchas veces; otras, distintas historias repiten el esquema de una primera, que fuimos incapaces de olvidar-.

El amor es un viento que siempre acaba por arrastrar la hojarasca que dejó tirada cuando cayeron todas las horas del calendario que compartimos con otra persona; y su viento siempre regresa, quizá trayendo nuevos aromas, o tal vez un aire más puro y renovado, incluso aunque siempre pueda parecernos que cada bocana de aire que nos llega, por ráfagas, acaso sea la última que aspiramos.

Volverá el color cuando la soledad termine... Y el cabello, desteñido... ¿qué ocurrirá con él? A veces quedan huellas que no pueden borrarse; generalmente, éstas dejan un regusto a lo irreversible, a lo madurado, a lo vivido. Este cabello, y sólo él, nos recordará tantas luchas y batallas, abandonos y soledades, conquistas, riesgos, desesperanzas, inviernos y primaveras.

Y, tal vez, el pelo cano acaso parezca, bajo esa luz dorada del último otoño, más sedoso, más plateado, más reflejo de las noches de luna vividas en cada primavera.

Pero, de no ser así, siempre quedará el recurso, cuando la soledad se marche una vez más, de visitar nuevamente a la vecina ruidosa del segundo para pedirle "una pizquita de sal, que no tengo" o, en su defecto "un tinte para las primeras canas... ¡que aún me quedan muchos tiros que dar!".

sábado, 20 de octubre de 2007

El final de mi largo camino

El final de mi largo camino
hasta donde yo llegue, en cualquier destino,
es el premio de los años
no el de llegar.

¿Por qué me apresuro? ¿Qué quiero
de mi viaje
por esos desiertos
como una sombra fugitiva?

Mis pies consumidos por las rocas,
las olas del viento que siguen dando vueltas
y vueltas conmigo,
mientras yo sigo a través de este vacío,
de esta soledad.
Polvo, polvo
delante y detrás mío;
a mi alrededor, polvo.
Corro y corro, y en mis manos
solo la ilusión, nada.

Cansada, cansada.
El final
de mi largo camino,
aunque éste se alargue,
de cualquier destino,
es el premio de los años,
no el de llegar.


Fadwa Tuqan (poetisa palestina, nació en Nablus, Cisjordania, el 1 de marzo de 1917 y murió el 12 de diciembre de 2003 en su ciudad natal).
Su poema, en: http://es.geocities.com/mjluzena/trad/tuqan.html

Bienvenida al mundo real

Hace ya casi dos semanas que no escribo nada "de cosecha propia" en mi blog. Ay, ¡ya me voy delatando! Se ve que los propósitos para el nuevo curso empiezan a hacer aguas... el firme propósito de escribir aquí periódicamente, incluido.

He andado bastante liada (más mentalmente que otra cosa) informándome sobre el doctorado que voy a empezar este año. Aparentemente, esa ocupación no tiene mucha dificultad...... claro que esta opinión cambia si se conoce cómo suelen funcionar ciertos procedimientos en la Uni (ejem, mejor no dar muchos detalles en esta "re(d)-pública").

En cualquier caso, un profesor de confianza, que me ha orientado mucho y bien, me dijo que dejase de preocuparme por tonterías (que si créditos, asignaturas...) y que pisase suelo, que me enfrentase a problemas reales... que lea y escriba MUCHO. Voy comprendiendo la trascendencia de esas palabras.

Ayer estuve consultando webs por internet, para ver si podía solicitar alguna beca para sufragar gastos (aquí los créditos valen como el oro). Y ahí empezó mi terror: cada vez que veía algún formulario de solicitud, encontraba siempre un apartado destinado a referir las PUBLICACIONES de libros, artículos, ponencias, colaboraciones en congresos...

MADRE MIA!! Yo lo único que he "publicado", que he hecho público en mi vida, es este blog!! Es que nada, de nada, de nada... Claro, cuando el profesor al que aludí antes, me dijo que escribiese mucho, pensé: "sí, debo sacar tiempito para escribir un poco en condiciones: poemas, relatos...". ¿¿CÓMO?? Hablamos de escribir ponencias, Tere, aportaciones; de investigar, desempolvar libros y, de paso, ¡¡neuronas!!

Señoras y señores, damas y caballeros... acabo de empezar a despertar de mi letargo... y a darme cuenta de lo que supone "buscarse la vida".. (momento trascendental, tan-ta-ta-chaaaaan).

No sé si será el procedimiento más adecuado, pero ayer -en pleno "momento ansias malas"- me metí en mogollón de páginas en internet que anunciaban plazos abiertos para enviar aportaciones a congresos. Los había de todos los temas, tipos, colores y tamaños. He apuntado algunos, y veré si me pongo un poco las pilas. He encontrado algunos para Argentina, Australia, Francia, Colombia, jajajaja..... Veremos a ver qué pasa con mi vida!!

Seguiremos informando...

domingo, 14 de octubre de 2007

Definiciones

Podríamos tener una discusión sobre el amor.
Yo te diría que amo la curiosa manera
en que tu cuerpo y mi cuerpo se conocen,
exploradores que renuevan
el más antiguo acto del conocimiento.
Diría que amo tu piel y que mi piel te ama.
Diría también que amo tus ojos
que son limpios y me penetran
con un vaho de ternura o de preguntas.
Diría que amo tu voz
sobre todo cuando dices poemas,
pero también cuando suenas serio,
tan preocupado por entender
este mundo tan ancho y tan ajeno.
Diría que amo encontrarte
y sentir dentro de mí
una mariposa presa
aleteándome en el estómago
y muchas ganas de reírme
de la pura alegría de que exista y estés,
de saber que te gustan las nubes
y el aire frío de los bosques.
Podríamos discutir si es serio todo esto que te digo.
Si es una quemadura leve, de segundo, tercer o primer grado.
Si hay o no que ponerle nombre a las cosas.
Yo sólo una simple frase afirmo:
Te amo.

[BELLI, Gioconda. Definiciones. Edición virtual]

martes, 9 de octubre de 2007

Este anhelo de escribir

¿Cuál puede ser el motivo que impulse a que una persona, que acaba de llegar a las dos de la mañana a casa, cansada y con sueño, se siente a escribir delante su ordenador?, ¿de qué sirve gastar minutos, horas, días... en redactar pequeñas historias que hablen de sutiles destellos de vida o, también, de pequeñas muertes cotidianas?, ¿por qué, por qué?, ¿qué utilidad tiene lanzar al aire -al espacio "virtual", en este caso- unas palabras que no cambiarán la vida de nadie... que ni siquiera sé si alguien va a leer? ["holaaaaaaaaaa"... ¿hay alguien ahí para responderme, o no es más que mi propio eco el que me esfuerzo por escuchar?].

Quizá no se trate de una cuestión de utilidad. Sí, puede que estos pequeños jirones de vida que me voy dejando por el camino, día tras día, no puedan valorarse porque "sirvan"; sencillamente, creo que se trata de algo que NECESITO, que requiero para escucharme -y leerme, y conocerme, y retarme, y retratarme...- a mí misma. Como decía Nicanor Parra: "la poesía es un artículo de primera necesidad". En vez de "poesía", digamos "literatura", "expresión", "el verbo", "la palabra"...

Así lo experimento, sí: escribir, expresarme, alzar MI voz, es algo tan imprescindible para mí como el respirar, el comer, el dormir..

Hummmm... creo que esas expresiones están ya demasiado usadas... Digamos, entonces, que expresarme es, para mí, algo tan imprescindible como sentir el calor de una persona amiga, que me comprende; como tomarme una onza de chocolate cuando el antojo se vuelve casi insoportable; como llenarme los pulmones de aire tras bucear el largo de una piscina; como mirar un arcoiris después de que llueva...

Escribir es esa pequeña concesión que me hago cuando siento que hay algo que me quema por dentro, y que necesito expresar de alguna manera.

Es curioso, sin embargo, que un buen día me enteré de que, por lo visto, el 90% de lo que transmitimos a los demás cuando hablamos con ellos, no llega tanto a través de las palabras que empleamos, sino a través del lenguaje no verbal. ¡El 90%! A buenas horas me entero, yo, que he terminado la carrera de Filología Hispánica, y que reconozco que mi centro, mi cauce y mi todo son, precisamente, el lenguaje y la palabra.

No obstante, me reconforta pensar que, al menos en este medio que utilizo, éstos sí que juegan un papel un poquito más importante, ya que -en este caso de internet- no podéis escuchar mi voz, ni percibir cómo la modulo mientras "hablo", ni podéis ver mis gestos faciales ni corporales...

Lo siento, por esta vez me permito traeros a mi terreno, de manera que sólo os queda confiar plenamente, al 100%, en cada letra que dejo plasmada; claro que también queda la opción, para aquellos osados que me visiten, de intentar leerme entre líneas y captarME, a mí, más allá de lo que digo... he ahí vuestro reto: conocerme en lo que callo.

En cualquier caso, verbal o corporalmente, lo que está claro es que todos necesitamos expresar nuestro mundo interior. Dice un proverbio que "lo que no es compartido, es perdido", y creo que hay mucha razón en esas palabras.

Tal vez de ahí deriva la ocurrencia que he tenido de abrir mi propio blog, y de comenzar a visitar tantos otros que hay ya publicados, y que tienen una larga trayectoria a sus espaldas.

¡Y cuánto dejamos aquí, de nosotros mismos!

Porque, por ejemplo, ¿por qué a Tere se le ha podido ocurrir hoy ponerse a hablar de estas cosas a las dos de la mañana, en vez de dormir como una persona normal?, o ¿por qué le dio por hablar de sirenas hace unos días?...

Y es que, más allá de lo escrito, estos pequeños (¿pequeños?) artículos son como piezas de un puzzle, a través de las que os invito a poneros en mi piel -aun a riesgo de que podáis rallaros y hacer vuestras mis paranoias, claro-.

Pero, sí, bajo este amalgama de reflexiones y de filosofía barata -regada con pequeñas pinceladas de poesía- subyace únicamente ese deseo, esa necesidad, ese anhelo que todos tenemos por compartir vida y experiencias; por hacer que lo vivido no se pierda -siguiendo la idea del proverbio de antes-.

¿Afán de inmortalidad?, ¿ego un poquito subido, al creer que todo esto puede interesarle a alguien?, ¿pretensiones de que algún editor lea esto, se sienta inspirado, y decida convertirme en una escritora consagrada?

No, me parece que no... Simplemente, cuando escribo aquí, tengo la impresión de que mi mundo se queda un poquito menos vacío y que, momentáneamente al menos, recibo la visita de todos aquellos que os animáis a leerme, y de los autores a los que traigo como invitados estelares a través de las citas, y de las musas -esas que, supuestamente, son fuente de inspiración-. Incluso, me atrevería a decir, sin ser pretenciosa, que mientras escribo siento que las estrellas fugaces surcan el cielo un poquito más cerca de la mía... de esta pequeña estrella desde la que os escribo... apenas visible con los ojos -lo esencial es invisible-, como apenas audible es mi propia voz.

Pues eso. Me da igual si lo que escribo no es bueno, o si no os llega, o si no in-TERE-sa, o si se me va la cabeza..

Escribo porque no puedo hacer otra cosa más que escribir: porque no puedo sustraerme de esta placentera agonía que me quita horas de sueño, porque me busco a mí misma tras las palabras, porque os busco a vosotros, como si os conjurase cual brujilla maliciosa y os invocase a través de lo que aquí plasmo. Escribo, señoras y señores, damas y caballeros, lectores por compromiso o ávidos fans -jajajaja, qué ingeniosa estoy hoy- porqueeeeeeeee..... porqueeeeeeee....... ¿por qué he de buscar porques?, ¿acaso tienen lógica la pasión, la locura o, incluso, lo instintivo? Escribo porque TENGO que escribir, porque QUIERO escribir, porque DESEO escribir; porque lo imploro, lo añoro, lo intento y fracaso, lo amo y lo rechazo, y lo busco, y lo pierdo, y lo llamo... y veo que, a veces, sin darme cuenta, mientras mis dedos se deslizan suavemente por el teclado, me brotan las respuestas.

Cada acto de escritura es un vicio, una tortura, una angustia... un embarazo que busca ver la luz... y cada vez que la veo, y que escribo algo coherente, es como una pequeña muerte.

En francés, llaman "la petite morte" al orgasmo. Algo así sería esto, algo así... una pequeña muerte, un orgasmo literario, que me sobreviene cuando veo que la redacción se acerca al punto álgido, donde todo cobra sentido, donde me siento una con aquello que he logrado expresar... donde mi grito, mi aliento, mi palabra y mi silencio son carne de mi carne.. y se fusionan conmigo, y son parte de mí: son "yo".

Pero, sí, escribir es una angustia, una búsqueda constante, un vacío imposible de llenar.. Escribir es como la vida misma: inabarcable, sorprendente, siempre más.. nunca suficiente.

Os dejo con un """"poema"""" (lo pongo entre MUCHAS comillas, porque jamás consideraré como "poema" algo que yo escriba); mejor dicho, entonces, os dejo con "una pequeña reflexión, escrita en líneas que se cortan muy pronto", y que resume -muy requeteresumidamente- esta cuestión.

Gracias por la paciencia, y por no llamar al manicomio aún.


Este anhelo de escribir, este
asqueroso deseo de no ser más
que aquello que ansío
a través de mis versos.
Convertirme al fin
en lo que siempre he sido
para mí misma, sin depender
de la solitaria compañía
que me imponen los seres
que denomino "amigos".
Sin dependencias,
sin puertas secretas que me escondan
de mi propio reflejo.
Permanecer sólo yo... y la palabra.

domingo, 7 de octubre de 2007

Profesión de fe

Quizá debiera hoy felicitarme,
recibir mi cordial enhorabuena
por tantos equilibrios, por estar
aquí, sencillamente,
sencillamente pero nada fácil
habitar esta tarde, haberla conquistado
a través de batallas,
caídas, días grises, desamores, olvidos,
pequeños triunfos, muertes
muy pequeñas también,
pero también muy grandes.
Haber llegado aquí, hasta esta luz
que anoto para luego,
para acordarme luego, cuando sea difícil
admitir la existencia de esta tarde
a la que llego solo, disponible,
sano, joven aún, y decidido incluso
a olvidar el cansancio, la experiencia,
convencido de nuevo de que sí,
de que a partir de hoy, acaso, todo
lo que tanto he soñado, todavía,
pudiera sucederme.

[GALLEGO, Vicente. El sueño verdadero (Poesía 1988-2002) Colección Visor de Poesía. Madrid, 2003]

sábado, 6 de octubre de 2007

La sirena

Hoy quiero contaros una historia que me sucedió una tarde cualquiera. El tiempo ha borrado los detalles, la fecha exacta, la hora concreta, pero el cariño ha conservado el recuerdo más allá de cualquier frontera.

Una tarde, como digo, una amiga y yo, en un momento de inspiración, decidimos marcharnos a la playa. Apenas nos detuvimos un momento con los preparativos: cogimos algo de ropa cómoda, pedimos a Sabina que nos cantara desde la radio del coche y, cigarrito en mano, partimos con ganas de ver el mar. Tal era, de hecho, la emoción contenida, que no pude frenar a tiempo cuando llegamos al mirador de la costa, y mira-que-te-mira-un-coche-volando, hicimos un perfecto salto de ángel, desde lo alto del acantilado, antes de zambullirnos (Sabina, Ducados, mi amiga y yo) con precisión milimétrica, en lo más profundo del profundo mar.

En seguida, en coche empezó a llenarse de agua hasta que, finalmente, me encontré completamente sumergida y atrapada, a cientos de metros de la superficie.


Dicen que, en los momentos "conflictivos", toda la vida se te pasa ante los ojos en cuestión de segundos, como uno de esos programas de humor, plagaditos de sketchs y tomas falsas.

Yo estaba dispuesta a hacer lo propio: empezar a revivir mis historias desde mi más tierna infancia (ese rechazo visceral a los potitos de frutas, mis trece años de colegio, los viajes familiares, el comienzo de la carrera...)

No es que no quisiera pasar por el trance de desempolvar tantos años vividos pero, en aquel instante, fui incapaz de visualizar todos esos “momentos entrañablemente enterrados en mi subconsciente”; en vez de eso, y tras apartar de un manotazo el alga que flotaba ante mis ojos y me tapaba la vista, fui testigo de un hecho mucho más espectacular: mi amiga había dejado de patalear frenéticamente dentro de nuestro coche-cuba-de-agua-marina, y estaba en proceso de una transformación existencial.


Dicen que el ser humano es capaz de vencer todo tipo de miedos y dificultades con tal de adaptarse al medio y lograr su supervivencia. Así, ella (a la que no le iba un pelo eso de resignarse al fin que nos deparaban las circunstancias), había decidido no volver la vista atrás para ver su vida desde un conjunto, y prefirió mimetizarse con el entorno hostil para encontrar el valor en sí misma y salir adelante.

Su transformación fue costosa, pero efectiva: sus dedos de los pies, por lo general separados, fueron uniéndose y adquiriendo una forma curvada hacia un lado, hasta que se convirtieron en pequeñas aletas. Su larga falda vaquera, empapada por el agua que se había colado dentro de nuestro coche-submarino, se le había pegado a las piernas como si de una larga cola se tratase y, quizá por influencia del mar, se había tintado de un color verdoso reluciente.

Sus cabellos parecían tener vida propia, expandiéndose en todas direcciones dentro de la cabina del automóvil. Se habían convertido en un amalgama de corales, estrellas de mar y algas de un verde casi azulado. Casi se diría que parecía más una medusa que una persona... Y esas finísimas líneas en su cuello... ¿acaso nunca me había fijado en ellas, o eran también fruto de su transformación? ¿puede que mi amiga siempre hubiese tenido bronquios de pez, y jamás se hubiese dado cuenta? La veía respirar y, cada vez que expulsaba el agua, desprendía cientos de burbujas que movían con suavidad su pelo en todas direcciones. Inexplicablemente, mi amiga se había convertido en un ser distinto, con torso de mujer y “piernas” de pez: una sirena, Afrodita recién nacida de la espuma del mar.


Mi amiga era una sirena envuelta por un mar de contradicciones.


No me sorprendió, siempre lo había sido. Pero, esta vez, esa expresión simbólica había tomado realmente cuerpo en su cuerpo. Al fin se había convertido en lo que, figuradamente, siempre fue: un espíritu de mar condenada a pisar tierra firme; una mujer perdida en el océano de la ciudad, que se sentía arrastrada por corrientes y riadas de personas; una chica cuyas contradicciones y dudas existenciales la habían arrastrado a un mar salvaje en el cual no sabía defenderse.

Hasta hoy. Ahora tendría recursos suficientes para hacer frente a la adversidad: podría nadar como quisiera, bien contracorriente, o dejándose mecer por las olas; ahora podría buscar respuestas por ella misma, sin estar obligada a situarse con los pies en la tierra... pues de todos es conocido que una sirena no puede “tocar fondo”, dado que éstas no se asientan en el fondo marino, sino que su naturaleza las impulsa a surcar, danzando, los mares y a nadar por encima de los peñascos y montañas escarpadas que existen allá abajo.


Pude comprobar que la transmutación había culminado cuando percibí su canto: un canto que nunca antes había escuchado; una mezcla de acordes, arpegios y sonidos que recogían, en esencia, todo el rumor de las olas, el diálogo de los delfines, el quejido de las placas tectónicas, la historia de los tesoros que el mar se había tragado a lo largo de siglos, el silbido de las nécoras y el vaivén de las plantas marinas.

Su voz era la voz del mundo oculto, del agua incesante, de las canciones de los marineros, de los faros de cada puerto. Mi amiga, al fin, había encontrado una voz propia.


No recuerdo mucho más de aquel momento. Si bien ella había descubierto, al fin, un lugar que explorar, y que sentir como suyo, no era ése mi destino y, por tanto, mi cuerpo no fue capaz de adaptarse a la falta de oxígeno, a la ausencia de tierra firme, al vaivén de las corrientes espumosas. Cuando abrí los ojos, me encontraba tumbada en la playa, envuelta en una manta de algas. Sola. En mi pelo ensortijado había prendida una pequeña estrella de mar, que aún conservo como un regalo que me dejó, a modo de recuerdo.


A veces cierro los ojos y trato de imaginarla llevándome en brazos hasta la costa, depositándome allí con suavidad y dándome el aire que me faltaba, antes de regresar a su mundo.

Ella, que mientras hablábamos en el coche me había confesado que no sabía qué rumbo dar a su historia, no sólo logró encarar y transformar su vida sino que, además salvó la mía.


[Surca los mares sin descanso hasta que encuentres tu lugar, sirena. No flaquees en tu empeño. Sé que, algún día, el canto de tu historia embelesará a quienes tienen alma de marinero, y les motivará para salir a buscar sus propios puertos. Y les habrás salvado la vida... como nos has salvado tantas veces, sin darte cuenta, a los que te queremos].