viernes, 4 de enero de 2008

La ternura infrecuente

Ángel Gabilondo, Revista Psychologies


No hemos de confundir la ternura con un modo de ser blando, moldeable, fácil presa de cualquier insinuación. De ser así, más merecería la pena carecer de ella, pues sería una peligrosa cursilería. En tal caso, más valdría hacer ostentación de ser fuertes y poderosos. La ternura es sensibilidad, no sensiblería, es una forma de pasión que no escatima la determinación, que elude toda violencia, que es aproximación, cercanía, que acaricia sin necesidad de poseer. Tampoco es exactamente la dulzura, por cierto hoy tan infrecuente y reducida a la meliflua y edulcorada sosería. No es adjetiva, sino sustantiva.

Lo que nos emociona no es la simple ternura por algo, ni siquiera sólo hacia alguien, es la ternura con él, la ternura con ella. Es radicalmente compatible con la firmeza, incluso con la contundencia. No es un contrapunto, ni un ingrediente, es una forma de vivir, una relación que no busca adueñarse o apropiarse de alguien, pero que cautiva. Más bien desea una cuidada y sosegada complicidad, una implicación, participación y búsqueda comunes.

La ternura conlleva un demorarse, un saber detenerse en algo con alguien y no temer los afectos y ser capaz de sentir el compás de sus latidos singulares.

Encontrar ternura en momentos decisivos de la vida puede no sólo aliviar, sino dar sentido a una situación. Cuando acariciamos algo, estamos tan cerca de ello que propiamente no lo tenemos. Se trata de saber preservar esa distancia sin invadir el ámbito ahora compartido, y de recorrerla. Efectivamente, preservarla y recorrerla es mostrar afecto por lo que ni siquiera está definido, y hacerlo con delicadeza y claridad. Semejante comunicación sin objeto exige mucha ternura. Ofrecer una voz perfilada como palabra, sin alzarla, sin exigencias ni imposiciones, pero con decidida entrega, no habla de una debilidad, sino de una entereza que es simpatía para con el decir del otro. Tanto que resulta agradable.

La ternura acaricia, en efecto, pero también abraza. Extiende sus alas y crea otra atmósfera, más limpia, más respirable. Toca con las manos del aire y produce un dulce escalofrío en la piel. Toca como toca una palabra, un pensamiento, un deseo. Un excitante temblor se refleja en el cuerpo como otra corporalidad. Sus dedos y sus manos acogen como una mirada, con una hospitalidad que nos produce placer y confusión. La ternura es infrecuente, tanto que no deja de ser ocasional, siempre discretamente deslumbrante. Cuando llega es inconfundible. Basta su aroma. Nos toma. Disipa la noche.

2 comentarios:

Yo dijo...

Buen texto. Necesitamos ternura.

tere dijo...

La ternura es todo un reto... diario... incomprendido y extraño; a veces tan cotidiano, tan olvidado.. Tú lo has dicho: ¡tan necesario!