Hoy me he despertado con el sueño acumulado bajo los ojos, saboreando aún las últimas pinceladas de la historia que mi imaginación ha querido proyectar, como una película, mientras dormía. Esperando aún que el café haga lo propio, y me devuelva al mundo de los vivos, me siento nuevamente ante el ordenador que, en esta etapa de mi vida, se ha convertido en mi amante fiel e inseparable. Cada día paso horas acariciándolo con las yemas de los dedos, recorriendo suavemente sus teclas para crear frases cargadas de filosofía, de análisis, de Literatura. Los trabajos me absorben todo el tiempo libre, pero trato de disfrutar de las horas de lucidez, como de las infructuosas. En todas ellas, me busco entre los márgenes de lo que escribo, y entre líneas, con cada reflexión, creo vislumbrar a cada paso un destello de verdad sobre mí misma. No escribo para satisfacción de los profesores de la facultad; escribo, en última instancia, para mí, desde mí, hacia mí. Llega entonces, con cada frase que mis ágiles dedos van conformando en la pantalla, el momento de la confrontación... y ya no es un trabajo lo que aparece redactado ante mis ojos: la pantalla del ordenador se torna espejo cargado de letras.
sábado, 10 de mayo de 2008
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