viernes, 28 de septiembre de 2007

Don Juan

Durante esta semana, he podido asistir a unas conferencias sobre la figura, el mito y la leyenda de don Juan Tenorio. Ha sido interesante comprobar la evolución y el tratamiento que ha sufrido este personaje a lo largo de la Historia de la Literatura, superando fronteras tanto espaciales como temporales.
¿A quién no le suena ese nombre? Incluso, ¿quién no ha conocido, alguna vez, a alguna persona a la que denominar con tal epíteto?
Cuando catalogamos a alguien de ser un "donjuan", sin duda solemos referirnos a la clase de individuo que posee una capacidad innata de seducción, de atracción irresistible... un imán sexual, como diríamos coloquialmente.
Sin embargo, más allá de la pura seducción, don Juan se caracteriza por ser un burlador, un trasgresor de toda normal moral, social, política e, incluso, religiosa. Así, el juego amatorio no es un fin en sí mismo, sino un medio que utiliza el personaje para burlarse de cada doncella que acaba por rendirse a sus pies y, por extensión, también de su familia, de su rango social e, incluso, de Dios mismo (en el caso de la novicia a la que subyuga, logrando imponerse, de esta manera, por encima de Dios, su Esposo).
Don Juan encarna como nadie ese deseo, esa pulsión oscura que todos, de un modo y otro, llevamos dentro, y que nos hace querer, en ocasiones, resaltar nuestra individualidad, nuestro "yo", nuestra superioridad, nuestra capacidad de "llevarnos al mundo de calle".

Decía Ortega y Gasset que todos los hombres han pensado alguna vez que son unos donjuanes, que pueden llegar a serlo, o que podían haberlo sido, pero no han querido. Pero, ¿y las "doñas juanas"? Por circunstancias históricas y sociales, a la mujer no le ha estado permitido desempeñar ese rol de manera tan abierta. Así, aunque un "donjuan" supone peligro, no es menos cierto que éste encarna el deseo de lo prohibido, el morbo de lo que no es conveniente y, precisamente por eso, se convierte en irresistible; en definitiva, logra hacer despertar en las mujeres un puntito picaresco, capaz de hacerles desear lo transgresor.
No obstante, cuando una mujer ha ejercido este papel de conquistadora y seductora, para abandonar luego a sus "víctimas", en vez de despertar esa picaresca complicidad, ha solido ser catalogada como "mujer fatal", "mujer-araña" (viuda negra) o "mantis religiosa" (que se come al macho tras producirse la cópula). Como mucho, podríamos decir que nos ha estado reservado el papel de "Juana", pero "de Arco", que encarna -en la Historia- el prototipo de mujer valerosa, decidida y luchadora. Pero, precisamente por hacer gala de esas cualidades, esta heroína ha sido considerada, digamoslo así, como una dama poco femenina, y se ha recalcado en demasía tu posible lesbianismo. La cuestión no está en que efectivamente lo fuese, o no (que es lo de menos), sino en plantearnos por qué se tiene que sacar a relucir la tendencia sexual de esta mujer para ¿justificar? su capacidad de liderazgo y su bravura.

Pese a todo, mi reflexión no va dirigida a establecer un debate que dé pie a una guerra de sexos. Más allá de poner en tela de juicio unos roles sexuales o prototipos de personas seductoras ya prefijados, quisiera plantear la posibilidad de reconocer otras clases de "donjuanes", que también pueden estar presentes en nuestras vidas.
Éste sería el caso de situaciones, personas o intereses que, de alguna manera (como en el caso de don Juan), también logran atraer poderosamente la atención, que incentivan, mueven y llevan a arriesgar por conseguir un ideal.
Creo que todos deberíamos buscar un "donjuan", algo que nos haga sentir vivos, que nos lleve a cuestionar todo aquello que tenemos asentado y prefijado en nuestras vidas... todo lo que nos acomoda y nos conduce al inmovilismo más absoluto.
¿Cuántos no hemos deseado, en algún momento, llevar otro tipo de vida, cambiar de actitud o, incluso, determinados rasgos de nuestra personalidad?
Esa voz de la conciencia (o de la inconsciencia, quién sabe) es el don Juan que grita en nosotros, que nos habla al oído, que nos susurra ideas, a veces utópicas, a veces imposibles.. pero que, de una manera u otra, actúa como un incentivo que nos invita a ir más allá de lo que somos, más allá de lo que fuimos, y que nos seduce para buscar -o soñar, cuanto menos- con una existencia más emocionante y plena de sentido.

Sin embargo, como comentaba antes, además de la capacidad de seducción, Don Juan se caracteriza por la burla. Tras la sutil táctica que utiliza para convencer a su víctima, el desenlace conlleva, inevitablemente, el desengaño, la ruptura de los sueños y el vacío más absoluto.
De igual modo, a veces nuestros sueños, nuestras motivaciones o nuestros deseos más íntimos se ven truncados por las circunstancias en que vivimos, por las personas de las que nos rodeamos o, incluso, por nosotros mismos que, a menudo, caemos en un racionalismo tan aplastante que nos hace incapaces de considerar seriamente las sugerencias -en apariencia "ilógicas"- de nuestras utopías.
No obstante, ¿acaso don Juan no lograba triunfar en sus empresas?, ¿acaso no es la vida una sucesión de altibajos, de conquistas y derrotas, de puertas que se cierran para que vayamos en la búsqueda de nuevos caminos? ¿Es mejor no dejarnos seducir por nada y convertirnos en personas frías e insensibles, para no tener que experimentar, luego, el desengaño?
Cada persona debe tomar partido y posicionarse al respecto. Yo, humildemente, creo que no se debe reprimir un impulso, una atracción, un sentimiento que, a pesar de "peligro" que conlleva, nos hace descubrir nuevas facetas de nosotros mismos, nos impulsa a soñar, a arriesgar y nos hace sentir un poco más vivos.

Como reza una cita célebre: "Es preferible arriesgarse a amar (a una persona/una empresa/un ideal) y sufrir, que nunca haber amado".

No hay comentarios: