
[MANDRINI, Eugenio. <
Yo no puedo darte más.
No soy más que lo que soy.
¡Ay, cómo quisiera ser
arena, sol, en estío!
Que te tendieses a descansar.
Que me dejaras
tu cuerpo al marcharte, huella
tierna, tibia, inolvidable.
Y que contigo se fuese
sobre ti, mi beso lento:
color,
desde la nuca al talón,
moreno.
¡Ay, cómo quisiera ser
vidrio, o estofa o madera
que conserva su color
aquí, su perfume aquí,
y nació a tres mil kilómetros!
Ser
la materia que te gusta,
que tocas todos los días
y que ves ya sin mirar
a tu alrededor, las cosas
-collar, frasco, seda antigua-
que cuando tú echas de menos
preguntas: "¡Ay!, ¿dónde está?"
¡Y, ay, cómo quisiera ser
una alegría entre todas,
una sola, la alegría
con que te alegraras tú!
Un amor, un amor solo:
el amor del que tú te enamorases.
Pero
no soy más que lo que soy.
[SALINAS, Pedro. La voz a ti debida. Biblioteca Clásica y Contemporánea. Buenos Aires, 1949]
Siempre me ha cuestionado la película Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristarain y, en concreto, la reflexión final que hace el protagonista, planteándose cómo puede uno descubrir cuál es SU lugar en este mundo... ese lugar del que no podemos alejarnos y al que nos sentimos vinculados de tal manera que da sentido a nuestra vida entera.
¿Cómo descubrirlo?, ¿cuál es el sentimiento que invade a aquél que sabe que está donde tiene.. mejor, donde QUIERE estar?, ¿cuál es ese sitio en el que todo cobra sentido, en el que somos lo que estamos llamados a ser... lo que siempre soñamos ser?
Tal vez no se trate de estar en constante búsqueda, en una angustiosa lucha por descubrir un paraíso que nos espera. Puede que nuestra historia no consista en encontrar una geografía determinada; quizás, sólo quizás, todo dependa de si nosotros estamos dispuestos a hacer "nuestro" el lugar en el que nos encontramos en cada momento. Puede que la vida, entendida en plenitud, consista en dar valor a cada "ahora", en convencernos de que, por alguna razón (cada uno que busque la suya propia) tiene sentido que estemos donde estamos, y en disfrutar por estar viviendo lo que vivimos, con quienes vivimos, y en las circunstancias en que vivimos.
Acaso no se trate de situar nuestro corazón en un lugar utópico, sino de poner cada lugar en nuestro corazón, hasta que lo sintamos como nuestro.
Así mismo, si enfocamos esta cuestión desde otra perspectiva, puede que ni siquiera consista en encontrar un "lugar", un entorno que nos acoja. Virginia Woolf proponía que cada persona se reservase Una habitación propia, una identidad, un espacio único vital y sentimental; podría entenderse, pues, como una reivindicación a favor de la autodependencia, de la estabilidad que supone reafirmar el "yo", y sentirnos seguros, amados, comprendidos y valiosos en nuestra propia piel.
No obstante, creo que es necesario ir más allá aún. Uno no puede "en-si-mismarse" (refugiarse en sí mismo) y olvidarse de cuanto le rodea.
Quizá por eso, el verdadero lugar puede que no esté delimitado, de manera exclusiva, entre las fronteras de una región, o entre las fronteras que separan nuestra piel de la de los otros.
Tal vez, sólo tal vez, ese "lugar en el mundo" esté, sencillamente, en el corazón de aquellos a quienes amamos y de quienes nos aman. Así, cuando establecemos lazos con otros (cuando nos dejamos domesticar, como diría el zorro al Principito), sentimos esa certeza de que nada puede separarnos ya de la persona amada, de que nuestro "lugar" está junto a ella (una idea muy romántica, sí, pero que es posible experimentar en lo cotidiano). Es la certeza, como digo, de que siempre encontraremos un refugio, una casa abierta, un rincón habitable en ese espacio de intimidad que compartimos con los demás. Puede que los sentimientos, grabados como a fuego, sean la única brújula que nos guíe a nuevos lugares, dispuestos a acogernos, y que nos devuelva también a lugares ya conocidos, ya visitados anteriormente, que nos hagan sentir como en casa.
Creo firmemente que éstos son los lugares que uno siente que no puede dejar... aun cuando la distancia física o temporal parezca desdibujar las fronteras, los rostros, los recuerdos. Basta un reencuentro, una mirada, una palabra o un silencio para que uno sienta que pisa, nuevamente "tierra sagrada".
¿Cómo descubre una persona cuál es su lugar en el mundo? No hay reglas para eso, ni trucos, ni consejos. Sencillamente, es algo que se sabe.
Podemos, en conclusión, estar aludiendo a una geografía, o a momentos de nuestra vida capaces de hacernos sintonizar nuevamente con nosotros mismos, o también a personas con las que hemos compartido historias que, incluso cuando han terminado, siguen formando parte de nosotros y nos configuran.
A menudo decían que los marineros tenían "un amor en cada puerto"; yo preferiría decir que "nuestro amor comprende muchos puertos". ¿Cuántos "puertos" hemos conocido?, ¿cuántas "puertas" a nuevos lugares se nos han abierto?, ¿cuántas nos recibirán en un futuro? En nuestras manos, sólo en las de cada uno, está hacer que cada "sitio" se convierta en "nuestro lugar", y que lo sintamos como propio, mientras tengamos la dicha de hallarnos en él.