[MANDRINI, Eugenio. <
domingo, 30 de septiembre de 2007
Prueba de vuelo
[MANDRINI, Eugenio. <
sábado, 29 de septiembre de 2007
Buscando emociones
Yo no puedo darte más.
No soy más que lo que soy.
¡Ay, cómo quisiera ser
arena, sol, en estío!
Que te tendieses a descansar.
Que me dejaras
tu cuerpo al marcharte, huella
tierna, tibia, inolvidable.
Y que contigo se fuese
sobre ti, mi beso lento:
color,
desde la nuca al talón,
moreno.
¡Ay, cómo quisiera ser
vidrio, o estofa o madera
que conserva su color
aquí, su perfume aquí,
y nació a tres mil kilómetros!
Ser
la materia que te gusta,
que tocas todos los días
y que ves ya sin mirar
a tu alrededor, las cosas
-collar, frasco, seda antigua-
que cuando tú echas de menos
preguntas: "¡Ay!, ¿dónde está?"
¡Y, ay, cómo quisiera ser
una alegría entre todas,
una sola, la alegría
con que te alegraras tú!
Un amor, un amor solo:
el amor del que tú te enamorases.
Pero
no soy más que lo que soy.
[SALINAS, Pedro. La voz a ti debida. Biblioteca Clásica y Contemporánea. Buenos Aires, 1949]
Un lugar en el mundo
Siempre me ha cuestionado la película Un lugar en el mundo, de Adolfo Aristarain y, en concreto, la reflexión final que hace el protagonista, planteándose cómo puede uno descubrir cuál es SU lugar en este mundo... ese lugar del que no podemos alejarnos y al que nos sentimos vinculados de tal manera que da sentido a nuestra vida entera.
¿Cómo descubrirlo?, ¿cuál es el sentimiento que invade a aquél que sabe que está donde tiene.. mejor, donde QUIERE estar?, ¿cuál es ese sitio en el que todo cobra sentido, en el que somos lo que estamos llamados a ser... lo que siempre soñamos ser?
Tal vez no se trate de estar en constante búsqueda, en una angustiosa lucha por descubrir un paraíso que nos espera. Puede que nuestra historia no consista en encontrar una geografía determinada; quizás, sólo quizás, todo dependa de si nosotros estamos dispuestos a hacer "nuestro" el lugar en el que nos encontramos en cada momento. Puede que la vida, entendida en plenitud, consista en dar valor a cada "ahora", en convencernos de que, por alguna razón (cada uno que busque la suya propia) tiene sentido que estemos donde estamos, y en disfrutar por estar viviendo lo que vivimos, con quienes vivimos, y en las circunstancias en que vivimos.
Acaso no se trate de situar nuestro corazón en un lugar utópico, sino de poner cada lugar en nuestro corazón, hasta que lo sintamos como nuestro.
Así mismo, si enfocamos esta cuestión desde otra perspectiva, puede que ni siquiera consista en encontrar un "lugar", un entorno que nos acoja. Virginia Woolf proponía que cada persona se reservase Una habitación propia, una identidad, un espacio único vital y sentimental; podría entenderse, pues, como una reivindicación a favor de la autodependencia, de la estabilidad que supone reafirmar el "yo", y sentirnos seguros, amados, comprendidos y valiosos en nuestra propia piel.
No obstante, creo que es necesario ir más allá aún. Uno no puede "en-si-mismarse" (refugiarse en sí mismo) y olvidarse de cuanto le rodea.
Quizá por eso, el verdadero lugar puede que no esté delimitado, de manera exclusiva, entre las fronteras de una región, o entre las fronteras que separan nuestra piel de la de los otros.
Tal vez, sólo tal vez, ese "lugar en el mundo" esté, sencillamente, en el corazón de aquellos a quienes amamos y de quienes nos aman. Así, cuando establecemos lazos con otros (cuando nos dejamos domesticar, como diría el zorro al Principito), sentimos esa certeza de que nada puede separarnos ya de la persona amada, de que nuestro "lugar" está junto a ella (una idea muy romántica, sí, pero que es posible experimentar en lo cotidiano). Es la certeza, como digo, de que siempre encontraremos un refugio, una casa abierta, un rincón habitable en ese espacio de intimidad que compartimos con los demás. Puede que los sentimientos, grabados como a fuego, sean la única brújula que nos guíe a nuevos lugares, dispuestos a acogernos, y que nos devuelva también a lugares ya conocidos, ya visitados anteriormente, que nos hagan sentir como en casa.
Creo firmemente que éstos son los lugares que uno siente que no puede dejar... aun cuando la distancia física o temporal parezca desdibujar las fronteras, los rostros, los recuerdos. Basta un reencuentro, una mirada, una palabra o un silencio para que uno sienta que pisa, nuevamente "tierra sagrada".
¿Cómo descubre una persona cuál es su lugar en el mundo? No hay reglas para eso, ni trucos, ni consejos. Sencillamente, es algo que se sabe.
Podemos, en conclusión, estar aludiendo a una geografía, o a momentos de nuestra vida capaces de hacernos sintonizar nuevamente con nosotros mismos, o también a personas con las que hemos compartido historias que, incluso cuando han terminado, siguen formando parte de nosotros y nos configuran.
A menudo decían que los marineros tenían "un amor en cada puerto"; yo preferiría decir que "nuestro amor comprende muchos puertos". ¿Cuántos "puertos" hemos conocido?, ¿cuántas "puertas" a nuevos lugares se nos han abierto?, ¿cuántas nos recibirán en un futuro? En nuestras manos, sólo en las de cada uno, está hacer que cada "sitio" se convierta en "nuestro lugar", y que lo sintamos como propio, mientras tengamos la dicha de hallarnos en él.
viernes, 28 de septiembre de 2007
Don Juan
¿A quién no le suena ese nombre? Incluso, ¿quién no ha conocido, alguna vez, a alguna persona a la que denominar con tal epíteto?
Cuando catalogamos a alguien de ser un "donjuan", sin duda solemos referirnos a la clase de individuo que posee una capacidad innata de seducción, de atracción irresistible... un imán sexual, como diríamos coloquialmente.
Sin embargo, más allá de la pura seducción, don Juan se caracteriza por ser un burlador, un trasgresor de toda normal moral, social, política e, incluso, religiosa. Así, el juego amatorio no es un fin en sí mismo, sino un medio que utiliza el personaje para burlarse de cada doncella que acaba por rendirse a sus pies y, por extensión, también de su familia, de su rango social e, incluso, de Dios mismo (en el caso de la novicia a la que subyuga, logrando imponerse, de esta manera, por encima de Dios, su Esposo).
Don Juan encarna como nadie ese deseo, esa pulsión oscura que todos, de un modo y otro, llevamos dentro, y que nos hace querer, en ocasiones, resaltar nuestra individualidad, nuestro "yo", nuestra superioridad, nuestra capacidad de "llevarnos al mundo de calle".
Decía Ortega y Gasset que todos los hombres han pensado alguna vez que son unos donjuanes, que pueden llegar a serlo, o que podían haberlo sido, pero no han querido. Pero, ¿y las "doñas juanas"? Por circunstancias históricas y sociales, a la mujer no le ha estado permitido desempeñar ese rol de manera tan abierta. Así, aunque un "donjuan" supone peligro, no es menos cierto que éste encarna el deseo de lo prohibido, el morbo de lo que no es conveniente y, precisamente por eso, se convierte en irresistible; en definitiva, logra hacer despertar en las mujeres un puntito picaresco, capaz de hacerles desear lo transgresor.
Pese a todo, mi reflexión no va dirigida a establecer un debate que dé pie a una guerra de sexos. Más allá de poner en tela de juicio unos roles sexuales o prototipos de personas seductoras ya prefijados, quisiera plantear la posibilidad de reconocer otras clases de "donjuanes", que también pueden estar presentes en nuestras vidas.
¿Cuántos no hemos deseado, en algún momento, llevar otro tipo de vida, cambiar de actitud o, incluso, determinados rasgos de nuestra personalidad?
Esa voz de la conciencia (o de la inconsciencia, quién sabe) es el don Juan que grita en nosotros, que nos habla al oído, que nos susurra ideas, a veces utópicas, a veces imposibles.. pero que, de una manera u otra, actúa como un incentivo que nos invita a ir más allá de lo que somos, más allá de lo que fuimos, y que nos seduce para buscar -o soñar, cuanto menos- con una existencia más emocionante y plena de sentido.
Sin embargo, como comentaba antes, además de la capacidad de seducción, Don Juan se caracteriza por la burla. Tras la sutil táctica que utiliza para convencer a su víctima, el desenlace conlleva, inevitablemente, el desengaño, la ruptura de los sueños y el vacío más absoluto.
De igual modo, a veces nuestros sueños, nuestras motivaciones o nuestros deseos más íntimos se ven truncados por las circunstancias en que vivimos, por las personas de las que nos rodeamos o, incluso, por nosotros mismos que, a menudo, caemos en un racionalismo tan aplastante que nos hace incapaces de considerar seriamente las sugerencias -en apariencia "ilógicas"- de nuestras utopías.
No obstante, ¿acaso don Juan no lograba triunfar en sus empresas?, ¿acaso no es la vida una sucesión de altibajos, de conquistas y derrotas, de puertas que se cierran para que vayamos en la búsqueda de nuevos caminos? ¿Es mejor no dejarnos seducir por nada y convertirnos en personas frías e insensibles, para no tener que experimentar, luego, el desengaño?
Cada persona debe tomar partido y posicionarse al respecto. Yo, humildemente, creo que no se debe reprimir un impulso, una atracción, un sentimiento que, a pesar de "peligro" que conlleva, nos hace descubrir nuevas facetas de nosotros mismos, nos impulsa a soñar, a arriesgar y nos hace sentir un poco más vivos.
Como reza una cita célebre: "Es preferible arriesgarse a amar (a una persona/una empresa/un ideal) y sufrir, que nunca haber amado".